miércoles, 18 de agosto de 2010

Adrián y la gallina del jefe

por Dania Virgen García

Bloguera y Periodista Independiente

 

12 de Agosto del 2010

 

Adrián, como tantos otros jóvenes cubanos, fue a la cárcel por la ley de la peligrosidad social pre- delictiva. Lo condenaron a cuatro años de privación de libertad. La mayor parte de su condena la pasó en el Penal de Guanajay. Ahora que salió en libertad no sabe qué va a ser de su vida. Sólo está seguro de una cosa: prefiere morir antes que volver a la cárcel.

 

Habla un poco enredado. Le faltan varias muelas y dientes. Los perdió en una golpiza que le dieron poco antes de salir en libertad. “Fue por culpa del hambre que pasaba en la prisión”, dice.

 

Adrián y otros presos atendían el huerto que estaba detrás de las barracas. El Coronel Jefe de la Prisión tenía varias gallinas que se paseaban libremente por entre los sembrados. Un día, Adrián no pudo resistir el hambre ni vencer la tentación de comerse una de las gallinas.

-¿Estás loco? Si te agarran, te van a moler a golpes- le advirtieron los presos que trabajaban con él.

-No me interesa, tengo hambre y me la voy a comer- respondió.

 

No fue difícil agarrar a una de las gallinas, torcerle el pescuezo y arrancárselo. La ocultó en unos matorrales al fondo de las barracas, buscó una cazuela con agua, juntó unas ramas y con ellas hizo una fogata. Desplumó al ave, la abrió con una cuchilla de afeitar y la puso a cocinar. Cuando estaba hervida, la roció con un poco de sal que guardaba en un bolsillo del pantalón y sació su antojo de comer pollo.

 

Esa misma noche lo llevaron a la oficina del coronel. El jefe tenía dos guardias a su lado. -¿Por qué se comió la gallina?- preguntó el Coronel.

-Porque tenía tremenda hambre- respondió Adrián.

 

El oficial lo miró muy serio y le dijo: -Usted sabe que esa es una falta muy grave y más sabiendo que ya está al salir en libertad. Pero no tema, no le voy a perjudicar su libertad, pero puede estar seguro que se va a arrepentir toda la vida de haberse comido una de mis gallinas.    

 

En ese momento, el Coronel dejó caer su bolígrafo al piso y ordenó a Adrián que lo recogiera. Cuando se agachó, recibió una patada en la espalda. No pudo virarse para ver quien lo había pateado. Cuando lo golpearon en el rostro, sintió como si se le desprendiera la mandíbula. No recuerda nada más. Cuando despertó al día siguiente en la enfermería, descubrió que le faltaban varias muelas y dientes.

 

Salió en libertad tres días después. Refiere que cuando iba a atravesar la puerta principal del penal, se le acercó un militar sonriente que le dijo: -Te deseo suerte en la calle. Ojala se te olvide pronto lo que te pasó por comerte la gallina del jefe.


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