por Jorge Marín Matos
Periodista Independiente
Un preso político que asume una huelga de hambre, dada sus circunstancias en cautiverio, afronta retos colosales y grandes desafíos para con la vida, que están dados en la desatención que las autoridades muestran ante este modo de rebeldía y con notable cinismo lo catalogan como inanición voluntaria.
Los días de desatención encierran un periodo en el cual el reo se deteriora notoriamente y según criterios clínicos en esta etapa inciden riesgos elevados, donde el organismo humano puede colapsar y desencadenar complicaciones que, aun por debajo de los 20 días de inanición, pudiera originarse un resultado fatal. Pese a ello, las autoridades cubanas dejan correr el tiempo y no acuden al dialogo oportuno en pos de una solución viable.
Cuando la huelga de hambre acontece en las Prisiones de Cuba, suele extenderse el sufrimiento del reo hasta superar el mes de inanición y tornarse mucho más extensivo, bajo cuestionable atención medica. Los paramédicos y demás personal de la salud, actúan como el Poncio Pilato que lava sus manos y rompe el puente de comunicación entre lo que el paciente expresa y lo que deben hacerle saber a las autoridades. En alguna parte de la isla pudieran aparecer galenos que cuenten la verdad sobre este monitoreo. Es una actitud verdaderamente inhumana.
El político en cautiverio está mucho más privado de derechos y limitado a muchas opciones, donde su voz apenas es escuchada y hay que recurrir a diversas conexiones que no todas resultan eficaces para que se filtre al mundo exterior su verdad y su reclamo.
Las autoridades gubernamentales conocen sobradamente los daños físicos que resultan en las personas y aun así mantienen una postura indiferente ante la solución objetiva de los reclamos y protestas que condicionan las huelgas por inanición. Pero más allá del sufrimiento y la agonía de quien confinado en prisión asume la muerte por encima de sus derechos, está la ventaja del enemigo.
Partiendo del merecido respeto, citemos los casos de Pedro Luis Boitel y el más reciente, Orlando Zapata Tamayo. ¿Querrían haber visto el éxito de su causa y cuántas ideas se llevaron consigo al quedar a meced de la muerte? El desenlace mortal fue una estrategia de Estado.
Un oponente político, contesta, lucha, afronta riesgos y amenazas, por lo tanto debe verse a sí mismo como un soldado de la verdad. Una vez muerto deja un calvario de lágrimas para su familia y se convierte en símbolo pero a su vez significa una lamentable baja.
Razonemos sobre las pérdidas. Por ejemplo: si Oswaldo Paya Sardiñas asumiera una huelga de hambre sin precedentes y ello conllevara a su desaparición física, crearía un vacío eventual de liderazgo en el Movimiento Cristiano de Liberación. Así mismo cabe citar a Elizardo Sánchez, quien pudiera terminar del mismo modo e interrumpir sus funciones y con ello la Comisión Nacional de Derechos Humanos correría hacia derroteros imprecisos. Sucederían en fin momentos de especial peligro para la vida de ambas estructuras. No se trata de un criterio caudillista, si no de un análisis lógico donde la experiencia adquirida por determinados líderes no puede ponerse a riesgos innecesarios, aun teniendo ellos la voluntariedad y el arrojo.
Más allá de lo planteado, la huelga de hambre en Libertad, teniendo en cuenta el daño físico que acarrea, cabe considerarse como actitud violenta, lo que irrisoriamente, sus resultados caen sobre el hombre, quien debía utilizar esas energías para una lucha más consistente en los caminos directos hacia el CAMBIO y la búsqueda de un espacio respetable sobre la base de la confrontación de ideas.
No es racional que un hombre en libertad esté asumiendo el camino de morir por inanición y deje a un lado otras formas de lucha donde igualmente estaría dispuesto a enfrentar desenlaces mortales. Si la muerte tiende a convertirse en la máxima expresión de la razón que se reclama, entonces ¿Por qué no es asumida de otra manera igualmente digna?
Se corre el riesgo de que este modo de protesta, pueda ser visto como un ademán de muerte pero que sea simplemente eso: un ademán y no una resolución, persistiendo la falta de objetividad en cuanto a logros palpables o concretos.
No se trata de lacerar ni restar consideración a quienes han asumido huelgas de hambre en libertad, el hambre y la sed son dolencias demasiado agonizantes para asumirlas a la ligera y menos para juzgarlas, pero se corre el riesgo de convertirla en una práctica cotidiana para las manifestaciones de protesta.
Quizás quienes han materializado las huelgas de hambre estarían en condiciones de asumir tal desafío en pos del pleno estado de derecho o por el espacio político y la confrontación cívica de las ideas; por tales motivos han sufrido y muerto muchas personas a lo largo de cinco décadas; unos en enfrentamientos directos con el gobierno; otros confinados en prisión; fusilados; muertes por inanición; desaparecidos en el mar; en fin un sin número de tragedias que han girado en torno a la polémica política en Cuba.
Si han de asumirse huelgas de hambre cuyas resoluciones estarían dispuestas a llegar a desenlaces fatales, nos preguntaríamos: ¿Cuántos hombres perdería esta lucha por la palabra y la verdad?
Somos de la consideración que la huelga de hambre debe contagiar a muchos y aglutinar a hombres y mujeres, que abrasen al unisonó el camino hacia la solución definitiva. No es posible resistir el impacto político que representa todo el liderazgo de una Disidencia Unida reclamando hasta el final de las consecuencia, aquello que no han logrado con persistente civismo.
Si muchos no consideran viable esgrimir las armas y afrontar la violencia insurreccional, entonces asúmase al unísono una respetable manera de exigir y contestar. Tomemos en cuenta que el camino es difícil, los riesgos son latentes y la causa ha de ser verdadera.
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