por Luis Cino
Periodista Independiente
Arroyo Naranjo, La Habana. Confieso que en las últimas semanas he sentido que se me aprieta la garganta. A los cubanos, desde niños, nuestros padres y los socitos del barrio nos repiten que los hombres no lloran. Por eso, machos cubensis al fin, no pasamos más allá del nudo al sur del gaznate. Pero se traga en seco y se sigue. Que para algo somos varoncitos. Sin desdorar a la diversidad sexual otra. ¿Verdad, Mariela?
Más difícil es no sentir odio. El odio impotente, el que da el no poder hacer nada o casi nada, es el peor de todos.
Es el que sentí hace varios domingos por la turba infame de chusmisos (¿hombres, machos, marranos? incluidos) que acosó durante casi siete horas a las Damas de Blanco a unos metros de la iglesia de Santa Rita de Casia, en Miramar.
El odio que sentí cuando supe de Dania Virgen García sola en el Tribunal Municipal de San Miguel del Padrón, acusada por su familia que manipuló el miedo y la pacotilla, enfrentada a una maquinaria que quiso triturarla y la encerró en Manto Negro, con la esperanza de complicarla y convertir la sanción de 20 meses en tres o cinco años.
El odio por los que desprecian la vida de Guillermo Fariñas y con ridícula intransigencia se niegan a negociar la liberación de un grupo de prisioneros de conciencia enfermos.
El odio es mala cosa. Por suerte logré librarme de caer en sus garras. Gracias a Dios. Casi había olvidado rezar. Ahora tengo más razones para creer.
Dania Virgen salió del juicio de apelación (por fin pudo tener un abogado defensor) con una multa de 300 pesos. Al fin volvió su sonrisa bella.
Las Damas de Blanco, gracias a la mediación del cardenal Jaime Ortega, pero sobre todo gracias a su valor y a sus gladiolos imbatibles, pueden desfilar por Quinta Avenida sin el asedio de las turbas (¿qué se hizo de la indignación revolucionaria?).
Ahora sólo espero que la visita del canciller del Vaticano sea aprovechada para liberar un grupo de presos políticos, al menos los más enfermos, y salir del callejón sin salida que es la huelga de hambre de Fariñas. ¿Cómo coño podemos seguir impasibles, como tantos hijos de puta, mientras se apaga la vida del Coco?
Hay quien me dice que hay gato (oficialista y moratinero) encerrado en todo esto de la mediación del cardenal Ortega y la Iglesia Católica, que de repente perdió el miedo y se comió al león con dientes, colmillos y melena. Al menos en el caso de las Damas de Blanco. OK, más vale tarde que nunca. Concedido que puede haber una buena dosis de oportunismo. Es muy probable que la haya. Pero por los motivos que sea (debe haber muchos buenos motivos) ojala hagan más, mucho más por Cuba, el cardenal, el canciller y hasta el Santo Padre que vive en Roma. Cualquier mano que tenga intenciones buenas o regulares, es bienvenida. Y si tiene que ver con la santidad, mejor.
A veces tengo la tentación de odiar. Luego me arrepiento. También he estado varias veces (¡soberbio como soy, yo pecador!) a punto de dejar de creer. Ahora sé que ya no voy a olvidarme de rezar. Nunca. Ni aunque venga el canciller de la Santa Sede y no pase nada en Cuba. Ni siquiera si el cardenal Ortega se vuelve a acobardar y se parapeta tras el púlpito. Total, estos son tiempos de parapetarse. También de rezar, para al menos no perder la cabeza y sentir odio.
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