miércoles, 26 de mayo de 2010

En la Audiencia de La Habana

por Dania Virgen García

Periodista Independiente

 

Foto: EFE
 
La mañana del 14 de mayo se celebró al fin, en el Tribunal Provincial de La Habana,  la apelación de la sentencia contra mí de un año y ocho meses de prisión por “ejercicio arbitrario del derecho y amenazas”.

 

El tribunal estaba vigilado por la PNR, la Seguridad del Estado y la brigada de respuesta rápida con sus pullovers rojos. Pero no cometieron errores. Sabían que la prensa extranjera los observaba. Por eso dejaron entrar a la sala a todos los hermanos opositores que estaban allí para apoyarme.

 

Todas las salas del tribunal se encontraban cerradas. Menos la sala sexta, donde se me juzgó. Cuando la jueza me preguntó mi nombre, luego de dárselo añadí: “Soy bloguera y periodista independiente y lucho por los derechos humanos y la democracia”. Por si la jueza no sabía quien era yo, se lo dije por mi propia boca, sin ningún tipo de temor. Para que no hubiera confusión. Si tenía que retornar a prisión, que fuera con la verdad por delante.

 

Luego de la vista oral, me mandaron a salir al pasillo. Al rato me llamaron. Luego de tanta injusticia e irregularidades, no esperaba lo que oí: Dania Virgen García, una multa de 300 cuotas”.

 

La multa fue una pantalla, no me podían absolver, no querían desautorizar al tribunal municipal que me condenó a 20 meses de prisión, en menos de 72 horas, sin abogado defensor y sin las mínimas garantías legales. No podían reconocer su error. Jalisco nunca pierde.

 

Cuando escuché la sentencia, me puso muy nerviosa, se me nubló la vista. ¿Lágrimas?  Salí a abrazar a mis hermanos de lucha, a decirles que la victoria era de todos, que teníamos que seguir más firmes que nunca. Varios de ellos tomaron la decisión de hacer una colecta para pagar la multa.

 

Cuando salimos, mientras respondía las preguntas de los periodistas extranjeros, observé que los tipos de la brigada de respuesta rápida estaban parados en la esquina, esperando la orden de sus jefes. En sus ojos, más que el odio, se reflejaba el miedo.


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