por Dania Virgen García
Periodista Independiente
20 de Mayo del 2010
Temían que organizara un disturbio en la prisión y por eso activaron la brigada antimotines. Me vigilaban constantemente y la directora y la subdirectora del penal iban a verme a menudo al destacamento.
Los guardias me arrebataron los papeles que escribí con las informaciones que me daban las presas. Constantemente me registraban los bolsillos. Apenas me permitían utilizar el teléfono. Después de las visitas de mi madre, me desnudaban y me obligaban a agacharme, y me manoseaban la comida que me traía.
Cuando me llevaron al tribunal provincial, fui custodiada, como si fuera una terrorista, por 4 guardias, la reeducadora y el mayor de la prisión.
Había presas que tenían órdenes de las guardias de vigilarme. Algunas de las presas que se atrevían a hablar conmigo eran trasladadas a otros destacamentos y no las veía más.
Las guardias les decían a las presas que yo era una disidente y periodista independiente, una peligrosa mercenaria. Querían virarlas en contra mía, que hubiera riñas entre nosotras, poder encerrarme en celda de castigo e imponerme otra causa.
Pero lograron todo lo contrario. Las reclusas, desafiando los castigos, se me acercaban con curiosidad, me aconsejaban que comiera, que me cuidara, me daban ánimo, me decían que ya me adaptaría a la prisión, pero sobre todo, me contaban sus historias y me pedían que las ayudara sacándolas al exterior. Algunas, para hablar conmigo, se escapaban de sus destacamentos.
Un día, una presa que se me acercó, me puso la mano en el hombro y me dijo: “Oye, aquí somos muchas las que estamos contigo, si allá afuera están las Damas de Blanco, aquí estamos las damas de azul” (en alusión al color azul de los uniformes de mezclilla).
Recuerdo las historias de muchas de ellas. Les prometí que las ayudaría. Por eso escribo sobre ellas. No puedo hacer otra cosa.
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