por Dania Virgen García
Periodista Independiente
20 de mayo de 2010
San Miguel del Padrón, La Habana, Desde que llegué al atardecer del 23 de abril a la Prisión de mujeres Manto Negro, por una riña familiar que la policía política utilizó para sacarme de circulación por 20 meses, fui tratada como si fuera una espía del gobierno de los Estados Unidos. Las guardias me hostigaban, me miraban con odio. No sé quien les dijo que los yanquis me habían enviado para que sacara a la luz todo lo que ocurría en aquella prisión y para que organizara un motín. Por eso me vigilaban constantemente y me registraban los bolsillos en busca de papeles. Apenas me permitían utilizar el teléfono. Después de las visitas de mi madre, me desnudaban, me obligaban a hacer cuclillas y me manoseaban la poca comida que permitían me trajeran de la casa.
Cuando me llevaron al tribunal provincial, fui custodiada, como si fuera una terrorista, por 4 guardias, la reeducadora y el mayor de la prisión.
Había presas que tenían órdenes de las guardias de vigilarme. Algunas que se atrevían a hablar conmigo eran trasladadas a otros destacamentos y luego no las veía más. Las guardias advertían a las presas que yo era una peligrosa mercenaria. Querían virarlas en contra mía, que hubiera broncas, para poder encerrarme en celda de castigo e imponerme otra causa, que los 20 meses se convirtieran en tres o cinco años o más.
Pero las reclusas se me acercaban con curiosidad, me aconsejaban que comiera, me daban ánimo. Pero sobre todo, me contaban sus historias y me pedían que las ayudara. Algunas se escapaban de sus destacamentos para poder hablarme.
La mayoría de las 23 mujeres que estaban conmigo en la galera 2 del destacamento 12
estaban presas por malversación y delitos económicos, con sentencias entre 8 y 20 años. Muchas tuvieron que robar comida en sus centros de trabajo para poder alimentar a sus hijos. A una mujer por robar unos huesos de vaca para hacer sopa la condenaron por hurto y sacrificio de ganado mayor. Otras estaban presas por robo, cohecho, receptación. Pero el caso más curioso era el de Madelaine, una joven acusada de atentado por no querer acostarse con el jefe de sector de la policía de su localidad.
Otra Madelaine estaba condenada a 20 años por malversación en el banco donde trabajaba. Hice amistad con María, una abogada que trabajó 12 años en la sala sexta del tribunal provincial de La Habana, condenada por irregularidades con un documento de propiedad de vivienda.
Xiomara Peña, una anciana que residía en Miami, donde era dueña de una joyería, fue condenada a 10 años por contrabando por traer sus prendas de oro cuando vino a Cuba a visitar a su familia. Tuvo que pagar 3 000 cuc a un abogado de La Habana porque no le permitieron contratar un abogado de Miami.
Beatriz Suárez, también presa por malversación. No sé qué malversaba, era ama de casa. Lloraba por sus hijos (uno ciego de un ojo), que ahora están en manos del gobierno, porque no tiene familia en Cuba, todos sus parientes se fueron hace años.
Una mujer estaba presa hasta que se aclarara un asesinato que ocurrió en su casa. Unos malhechores penetraron en su vivienda para robar, la golpearon y mataron al hombre que chapeaba el patio, ella trató de defenderse de los delincuentes, pero la policía no le cree y la sigue investigando.
En cada destacamento hay 63 o más reclusas. Muchas en espera del juicio o la petición fiscal. La espera puede demorar de 7 meses a un año o más.
Miriam Rondón lleva un año y 4 meses en espera de la petición del fiscal. Me contó que hace unos meses, cuando estuvo ingresada en el hospital del Combinado del Este, se declaró en huelga de hambre y los militares la llevaron a ver a Orlando Zapata Tamayo y le preguntaron que si quería morirse como “ese desgraciado negro”.
La tarde que llegué a la prisión, una presa se cortó las venas en la celda. Ya en el destacamento, supe que llevaba dos meses en la cárcel, que tenía problemas mentales. La habían sentenciado a 10 meses por vender jabitas de nylon. Unos días después se suicidó. Se desangró cuando se abrió la garganta con una cuchilla de afeitar.
Hay muchas historias más que guardo en mi mente. Todo lo que apunté en la prisión me lo arrebataron las guardias. Pero no olvido a las mujeres de Manto Negro. Me dicen familiares que no quieren revelar sus nombres por temor a represalias, que después que salí de la cárcel, las guardias apretaron la mano con las presas del destacamento 12. Razón de más para que no me calle sus historias. Menos todavía lo van a impedir los cobardes que hace unas noches me llamaron dos veces por teléfono para amenazarme con puñaladas. ¿Tendrán pantalones para eso?
0 comentarios:
Publicar un comentario