miércoles, 16 de junio de 2010

Juancito, Ernesto y Cupido

por Dania Virgen García

Periodista Independiente

 

11 de Junio del 2010

 

Tengo una amiga que parece tener línea directa con Cupido. Pero las flechas son para otras, el ángel aleja a sus amores  de las fronteras marinas de Cuba. El problema es que mi amiga cree que Cupido  es un funcionario de Inmigración  con uniforme del MININT. Me contaba el domingo, muy deprimida, que  lo ha utilizado dos veces para sacar del país a los hombres que ama y que luego se queden tranquilos “allá afuera”.

 

Primero fue con Ernesto, un muchacho de El Vedado, que se ganó el bombo de las visas americanas de los que escribieron en 1998. Ernesto, que no tenía esperanzas de ganar el bombo y ya se había resignado a quedarse en Cuba, se fue sin mucho entusiasmo. Luego empezó a quejarse de que no se adaptaba a vivir en Miami y quería regresar a La Habana. Mi amiga, que nunca tomó muy en serio sus proposiciones amorosas, pero se pasaba la vida temiendo que Ernesto fuera a la cárcel por los malos pasos en que andaba, se erizó. Entonces, de acuerdo con la familia del muchacho, ayudó a reconciliarlo por cartas y llamadas telefónicas con su ex –novia, una rival  que detestaba. El plan tuvo éxito, la muchacha se fue, se casó con Ernestico, este halló una motivación para su vida, vive feliz en Miami y ya no habla de regresar a Cuba.

 

La historia de Juancito es distinta. Cuando me la contó, se le saltaron las lágrimas a mi amiga, porque era el amor de su vida. Alto, bronceado, atlético, elegante. Un mangón, me dijo. Pero por su bien, tuvo que sacarlo del país y de su vida.

 

Juancito vivía obsesionado con “irse para la Yuma”. En los años 90, se tiró al mar ocho veces. Pero tenía mala suerte. Siempre tenía que regresar, por el mal tiempo, porque se averiaba la balsa o porque lo agarraban los guardafronteras. Una vez se alejó más de 60 millas, pero lo devolvieron a Cuba los guardacostas norteamericanos. Lo montaron en un carro de la Seguridad del Estado y lo llevaron a Villa Marista, donde le apretaron las tuercas y le leyeron la cartilla.

 

Pero Juancito no escarmentó y siguió en sus intentos de escapar del país. Para pagar su fuga, vendió todo lo de valor que había en su casa. Sólo quedó un colchón en el piso para que durmiera su madre. Durante varios años, Juancito tuvo en jaque a su mamá, mi amiga (que era su novia) y a la Seguridad del Estado. A los segurosos tanto les repitió el estribillo que él no estaba contra Fidel y la revolución, solo quería irse y ganar muchos dólares, que lo tomaron por loco y empezaron a no hacerle mucho caso.

 

Pero en el octavo intento casi se ahogó y entonces mi amiga decidió que si lo quería vivo tenía que sacarlo de Cuba. ¡Las cosas que hacemos las mujeres por amor! Mi amiga le presentó a una amiga suya de Nuevo Vedado, linda como una modelo y que estaba a punto de cobrar una herencia en Venezuela. Luego empezó a enfriar su relación con Juancito hasta que le dijo que estaba enamorada de otro.

 

Más por despecho que por otra cosa, Juancito se casó con la modelo, que se parecía a Nicole Kidman y se fue con ella a vivir a Venezuela. A mi amiga se le partió el alma, pero se quedó tranquila de saber que al fin Juancito se había ido y ya no moriría en el mar ni iría preso. Pero su tranquilidad se acabó cuando su ex –novio la llamó por teléfono desde Caracas para decirle que no se adaptaba a vivir en Venezuela, que a juzgar por las payasadas de Chávez, iba por el mismo camino de Cuba, que él lo que quería irse para los Estados Unidos y de Venezuela era imposible. Como se había ganado el bombo del año 98, regresaba a Cuba inmediatamente y necesitaba que mi amiga lo ayudara en La Habana con el papeleo.

 

Así fue. Juancito regresó a Cuba e hizo aquí los trámites para viajar a los Estados Unidos. Entretanto, reanudó su relación con mi amiga, que utilizó sus buenas relaciones familiares para acelerar las gestiones. El romance duró hasta que le llegó la salida. Y ella volvió a quedarse con el corazón partido. Hasta que ocho meses después regresó a La Habana, con muchos dólares, suficientes para comprar “de todo” a su mamá (que del susto fue a parar al Hospital Cardiovascular) y pasaporte americano que consiguió “en un saltico”, le dijo, sin entrar en muchos detalles. Y ella no averiguó mucho, porque sólo le interesó amarlo “como si fuera la última vez”.

 

Lo fue. Hace años, mi amiga no sabe de Juancito. No llama ni escribe, pero lo supone tranquilo, feliz, sin problema. Como una desea que viva el hombre que ama, aunque sea lejos y con otra.


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